EL MUSEO DEL TIEMPO VIVER - La Floresta
Nombre: Carlos
Objeto: Balas de fusil
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Quiero enterrar estas balas de fusil. Es munición del Mauser español que se utilizaba en la Guerra Civil. Yo soy hijo de la guerra. A mi padre lo fusilaron, por ideas, el 5 de agosto de 1940. Fue juzgado sin garantías, como otros muchos y murió cantando Gracias a la vida. Él era tenor, se dedicaba profesionalmente a ello, aunque durante la guerra llegó a mayor de milicias del ejército de la República, el grado de comandante.
Yo soy hijo único y este hecho me marcó profundamente. Mi madre fue perseguida y represaliada, le dieron aceite de ricino como purga, le raparon al cero. Un ritual público de humillación y degradación. Le hicieron la vida imposible y nadie le daba trabajo. Tres años después falleció y yo quedé huérfano con seis años.
No tuve infancia, mi niñez fue ir de un sitio a otro y de una familia a otra. Viví con mis tíos, en Orriols y en Godella. Había mucha escasez y se pasaba mucha hambre. También viví con mi tía en Segorbe. Ella tenía antes de la guerra una corsetería a la que llamó Chic Parisien, por consejo de mi padre, que había viajado a París. Había sido un negocio exitoso, pero en la guerra le quitaron todas las máquinas y telas. Se quedó sin nada. Era muy católica y cuando me recogió me metió a cantar en la escolanía de la catedral y después en el seminario, que estaba lleno de jóvenes, porque allí daban de comer. Y te proporcionaban una formación.
Debo agradecer a todos los tíos con los que viví que siempre me escolarizaron, nunca fui perdido por la calle. Pero jamás me dieron un beso. También viví con mis padres de leche, que me salvaron la vida al nacer y que sí me quisieron. Encarnación me dió el pecho porque mi madre no tenía leche y yo siempre la he tenido como una madre. Nunca perdí la relación con ellos. Vivían en Viver y yo pasaba con ellos todas las vacaciones.
Y así fue como, a los quince años, conocí a la que después sería mi mujer y con la que he pasado 59 años. La segunda parte de mi vida ha sido todo lo contrario, he sido el hombre más feliz del mundo. Nos hemos dicho “te quiero” todos los días, la vida nos ha sonreído hasta el momento en que se la llevó, el febrero pasado. Ella y yo tuvimos una empresa de transportes, yo he conducido 100.000 km al año pero ella preparaba los viajes, organizaba las cargas, gestionaba la documentación, los permisos, las revisiones de los camiones... ella era el centro logístico, una mujer excepcional.
Así que he vivido las dos caras de la moneda. Por eso quiero enterrar las balas en la almazara de la Floresta, junto a las máquinas que donaron mi hija y mi yerno al ayuntamiento. Ahí quedarán unidas las dos partes de mi vida.